Placeres y el amor

Luego de hacer el amor sonrió complacida, era la sonrisa de una niña cuando hace bien su tarea y le dan un premio, pero con un toque de arrogancia.
Quizás estaba consciente de sus habilidades en la cama. Evité hacer conjeturas. Se movió despacio, me sacó de sus entrañas y se acomodó de espaldas al colchón. En ese momento sentí aprehensión, esa que se siente cuando dos almas se separan por primera vez, pero ella tomó mi mano, la llevó a su pecho y la posó en su corazón.

-Sientes mi felicidad, me preguntó.

Ninguna dicha se comparaba con la mía al escucharle decir que estaba feliz, dejé que mis ojos hablaran porque no quería que mi voz me delatara, temí arruinar el momento con alguna frase demasiado gastada o con excesiva dulzura, pero mis ojos también estaban en sincronía con mi garganta, y ella me miró con ternura.

Fue espectacular; la observé caminar despacio completamente desnuda y de espaldas. Era magnifica, con las proporciones justas de su estatura, sus glúteos eran firmes y sus piernas eran hermosas, entonces, cuando ella regresó hasta la cama pude mirarla de frente y deleitarme con su majestuosidad. No me importó que me descubriera mirándola con cierto morbo, sonrió complacida y al ver su reacción yo cambié la mirada.

Hablamos de cosas triviales, fue un momento realmente privado y enternecedor.

Me fue imposible hablarle con franqueza y decirle que no quería dormir, que llevaba días evitándolo debido a mis pesadillas. Sentí vergüenza con ella por semejante trivialidad pero algo me decía que no le comentara nada al respecto.

Sus párpados se volvieron pesados, la fatiga por la faena se notaba en su rostro, giró dándome su espalda y en un movimiento coordinado, posó mis brazos a su deredor.

Lo sublime de todo esto, el éxtasis más grande, fue precisamente este momento en el que la tenía dormida entre mis brazos, completamente vulnerable e inocente y; sin embargo, su rostro emanaba un halo de grandeza, una satisfacción del deber cumplido.

Yo solo cuidaba su sueño, me es imposible explicar la dicha que se siente mirarla y sentir tanta paz.

Así pasaron las horas, lentamente o tal vez no; ya que, poco a poco, los malditos rayos de un sol cómplice de la luna, nos fueron despertando.

Fue en ese instante qué, y aprovechando su somnolencia, dije:

“Te dejo mis mis ganas enredadas en las sábanas, mi alma en tu pecho y en medio de mis labios tu nombre:

Natasha”


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