Sin nudos ni lamentos

Estar frente al mar era lo que necesitaba.
Soltar un grito, que seguramente más que grito pareció alarido. Desesperación contenida en mi garganta, nudos les llaman. Los marineros saben de esto. Amarran las cuerdas de tal manera que las convierten en redes. Yo estaba así. Enredado.

No vale la pena enumerar las tristezas cuando ya se les ha soltado. Sólo se debe disfrutar la satisfacción de hacerlo. Liberar el alma. Se siente la piel más tersa, la columna vertebral mucho más ligera. Aprender a soltar.
Respirar.

Vine aquí sin saber cuánto equipaje emocional traía. Para mi sorpresa no era la cantidad de cargas sino el peso de las mismas. Monstruos, enormes adefesios que me hacían lento y doloroso el andar. Lastres.

El eco del grito fue leve, quizás el viento hizo lo propio. Se llevó las palabras del borde de mis labios. Poco a poco me fui quedando en silencio y lo mejor de todo; sin reproches ni lamentos.
El tiempo en el suceden las cosas es perfecto. Quien guía las manecillas del reloj sabe muy cuándo deben moverse las hojas y desprenderse de las ramas. A veces no necesitamos del otoño para deshojarnos.

Eran las 5:55 pm, amo esa hora mágica en la que el día se despide. Ese romance del cielo hasta oscurecer y las primeras estrellas. Siempre creí que eran almas adolescentes que salían a correr por la inmensidad del firmamento. Como estrenando libertad.

Hay mucho que vivir después de esta pequeña catarsis. Pero esta vez lo haré despacio, sin prisas ni pretensiones. Como sabiendo lo poco que debo saber y adivinando el resto.
Enmendarme es mi único propósito. No importa cuánto tiempo tarde en hacerlo. Toda una vida, quizás. Y eso está bien. No hay más apuros, tampoco nudos, sólo libertad.


Publicado

en

por

Etiquetas: